UN ATARDECER CON MI PADRE
Hace muchos años yo vivía en un centro minero en el
Departamento de Ica, precisamente en el Puerto San Juan de Marcona, lugar que
guardo gratos recuerdos, vivencias ingratas, funestas pero, también alegres y
agradables como las que pase un sábado, al ocaso del día en una playa alejada
de la ciudad, esa playa se llamaba “Yanyarina”, recuerdo que fue una fecha en
que los trabajadores del centro minero estaban de huelga, mi padre y yo nos
fuimos de pesca como para relajarnos todo el día. Yo estaba encargado de
alistar y preparar todo lo necesario para la pesca, cordel y anzuelo era todo
lo que necesitábamos, la carnada la sacábamos del mismo mar, mi Madre que
cariñosamente la llamamos “Mama María”
nos preparó unos ricos tallarines con pollo y papa a la huancaína,
además de un botellón de agua de cebada, mi padre como todo buen pechugón solo
alistaba su ropa de baño y abrigo.
Ya estuvimos de pronto en el paradero buscando quien nos
haga el servicio de llevarnos a esa linda playa lejana que hoy sigo añorando,
recuerdo que fue un señor de avanzada edad que nos hizo el servicio en su
destartalada camioneta de los años `40, de alguna u otra manera llegamos al
lugar, era una playa paradisiaca propia de una isla inhabitada, no había gente
tan solo pelicanos, gaviotas y unos cuantos lobos marinos jodiendo por la
playa, eran aproximadamente ocho de la mañana donde podía apreciar el alba del día,
el golpe de las olas, caminar sobre la arena y ver la neblina que se juntaba
con la rivera del mar; nuestros ojos se deleitaban ante la maravilla de la
naturaleza.
Esta playa era tan alejada de la ciudad que si nos pasaba
algo nadie sabría que nos sucedió ni tampoco nadie nos auxiliaría salvo el
vetusto chofer que nos recogería al anochecer, aun así seguía siendo una playa
expectante para todos los que la visiten, como poca o casi nada de gente la
visitaba era beneficioso para todo pescador ya que allí lanzabas el anzuelo y
en menos de cinco minutos la boca de un pescado ya estaba en el anzuelo,
también encontrábamos variedad de mariscos como almejas, erizos, lapas y
señoritas; nos aseguramos de llevar limones, cebollas, apio, sal, cancha; todo
para preparar nuestro delicioso plato bandera como el ceviche, comer en el mar
no es nada comparado ni en el mejor restaurante de cinco tenedores, es una
aventura culinaria sin igual.
Ya entrada la tarde llenos de nuestro estómago, de una buena
pesca y mariscos nos sentamos en una peña mirando el ocaso del sol, me
encantaba como el sunset del día iluminaba nuestros rostros de un color rojizo
anaranjado y nos ponía algo melancólicos ese momento, es allí cuando mi Padre
comenzó a hablarme de su niñez, tema que concitaba tal interés de mi parte en
saber cómo era mi Padre de niño, me contaba que sufría mucho con mis abuelos allá
en las alturas gélidas de la sierra sur oriente del Perú, precisamente en un
pueblo que se llama Macusani en el Departamento de Puno, Región de donde son
gran parte de mi familia y con mucho orgullo se los digo. Mi Padre se ponía
nostálgico cuando me contaba que caminaba largos kilómetros de campo hasta
llegar a un lugar donde realizaban la explotación de la minería artesanal donde
trabajaba mi abuelo Melchor, me contó del cariño que le tenía a un perro el
cual no recuerdo su nombre pero, era su fiel perro guardián, engreído por todos
hasta que llegó a morir y nadie supo de que murió, eso le produjo mucha pena a
mi Padre pero, como dicen los actores la función tiene que continuar y así fue…
El frio que hacía por allí era tan fuerte que las manos y
rostro se rajaban hasta brotar sangre de su piel, yo al escuchar su relato muy
disimuladamente me secaba mis lagrimas y es que heredé la sensibilidad de la
Mama María; mi abuelo tuvo varios hijos y mi Padre era el hijo mayor, por ser
el mayor fue el que sufrió más que todos sus hermanos, tardé muchos años para
entender el porqué mi Padre nos trataba de tal manera pero, hoy sé muy bien que
es un buen hombre, trabajador, serio, de palabra y honesto; quizás cometió
errores, negligencias producto de su inexperiencia para educar mejor a sus vástagos
pero, quienes somos nosotros para juzgar a nadie en especial a nuestros padres,
esos seres que en su momento decidieron darnos algo muy importante y esa es la
VIDA. Hoy mis padres ya conforman esa plana de los jóvenes de la tercera edad y
gracias a Dios los tengo con vida, aprovecho cada momento que estoy con ellos,
sacándoles más historias de sus vivencias y sobre todo robándoles todo su amor
y yo entregando mi amor para ellos.
Hasta mi próxima historia…
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